El Monolito

El cine visto desde la orbita de Jupiter

viernes, julio 01, 2005

Cine y literatura

¡Uy! ¡Qué título más comprometedor! Con los ríos de tinta que han corrido describiendo la relación entre el cine y la literatura: que si los escritores se transforman en guionistas cinematográficos, que si hay películas que no llegan a la suela de los zapatos de las obras en las que se basan, que si de novelas mediocres se pueden extraer películas excelentes, que si algunos actores aprovechan su nombre para publicar cuentos o poesías indignas, y un largo etcétera de temas embarrados.

Me propongo comentar un aspecto diferente: la relación de la literatura con los personajes protagonistas del cine. La cuestión me surgió hace unos días cuando veía Cold Mountain y, en una escena entre Nicole Kidman y Renée Zellweger, la primera leía un pequeño fragmento de Cumbres borrascosas (Emily Brontë): Mi amor a Linton es como el follaje de los bosques; el tiempo lo cambiará; bien lo sé, como el invierno cambia el de los árboles. Mi amor a Heathcliff semeja las eternas rocas que están debajo; es un manantial de escaso placer visible, pero necesario. Estas pocas palabras me hicieron reflexionar que quizás la historia de Cold Mountain hubiese transcurrido por derroteros muy diferentes si Ada Monroe no hubiese leído con tanto fervor novelas románticas como Cumbres borrascosas. Porque al fin y al cabo somos lo que leemos.

Y esta pequeña reflexión me sirvió como pretexto para recomendarle a algunos ficticios personajes algunos libros que quizás hubiesen cambiado sus vidas. Si Charles Foster Kane hubiese leído El principito no habría dejado que se evaporaran sus buenas voluntades y sus sentimientos porque habría reflexionado sobre los hombres ya no tienen amigos porque no existen almacenes de amigos. Si los ladrones de Ocean’s eleven hubiesen leído Tierra de hombres habrían buscado su felicidad por otras vías porque se habrían planteado que no se compra la amistad de un compañero al que me han unido para siempre las pruebas que hemos compartido. El dinero no puede comprar una noche de vuelo y sus cien mil estrellas, esa serenidad, esa soberanía de unas horas. El dinero no puede comprar el nuevo aspecto del mundo después de una etapa difícil, los árboles, las flores, la mujeres. Si el Jake La Motta de Toro salvaje hubiese leído Memorias de Adriano habría aprendido a encajar golpes con menos orgullo porque se habría dado cuenta de que llega el momento en el que el hombre piensa que su vida es una derrota aceptada. Si el profesor Keeting de El club de los poetas muertos hubiese leído la magnífica obra de Hermann Hesse Bajo las ruedas habría sido consciente de que su deber y la misión encomendada a él por el Estado son domar y segar en el joven los toscos apetitos y las fuerzas de la naturaleza, y plantar en su lugar ideales comedidos, tranquilos y reconocidos por el Estado. Si Severine Serizy, Catherine Deneuve en Belle de jour, hubiese leído El último encuentro tendría una visión diferente de la fidelidad porque ¿exigir fidelidad no sería acaso un grado extremo de egolatría, del egoísmo y de la vanidad, como la mayoría de las cosas y de los deseos de los seres humanos? Cuando exigimos a alguien fidelidad, ¿es acaso nuestro propósito que la otra persona sea feliz? Y si la otra persona no es feliz en la sutil esclavitud de la fidelidad, ¿amamos a la persona a la que se la exigimos? Y si no amamos a esa persona ni la hacemos feliz, ¿tenemos derecho a exigirle fidelidad y sacrificio?

Y extrapolando las recomendaciones al mundo real, ¡aprenderíamos tanto si leyésemos más!

1 Comments:

  • At 17:29, Blogger kyezitri said…

    Si me hablas de pasion, tambien El Ultimo Encuentro te puede responder:

    La pasión no conoce el lenguaje de la razón, ni sus argumentos. Para una pasión, es completamente diferente lo que reciba de la otra persona: quiere mostrarse por completo, quiere hacer valer su voluntad, incluso aunque no reciba a cambio más que sentimientos tiernos, buenos modales, amistad y paciencia. Todas las grandes pasiones son desesperadas: no tienen ninguna esperanza, porque en ese caso no serían pasiones, sino acuerdos, negocios razonables, comercio de insignificancias.

    El autor se llama Sandor Marai y es un escritor hungaro del siglo XX que se esta dando a conocer bastante ultimamente con, por ejemplo, el exito de ventas de La Mujer Justa.

    Curiosidad: se suicido con 89 anos!!!

     

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